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Los «X-virus» de la COVID-19

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Pocoimagen real del coronavirus SARS-CoV-2 visto por fuera tiempo después de decretarse la pandemia de la COVID-19 en 2020, emergieron numerosas inquietudes relacionadas con las mutaciones del nuevo coronavirus. Se llegó a hablar, incluso, del término «COVID mutante»; y es muy probable que muchos lo vincularan con las taquilleras películas de los «X-men», y de paso con las conjeturas del surgimiento de un nuevo germen con «oscuros poderes».

El escenario se ha complicado a raíz del descubrimiento de nuevas cepas del SARS-CoV-2 provenientes del Reino Unido, de Sudáfrica y Brasil. Y, como era de esperar, las interrogantes afloraron rápidamente:

¿Por qué muta el SARS-CoV-2? ¿Ha cambiado el comportamiento de la COVID-19? ¿Las vacunas que se diseñan proporcionarán protección contra las nuevas cepas virales? ¿Cuáles son los factores que favorecen la mutación del SARS-CoV-2?

Lo esperado

Habitualmente los virus —como el de la COVID-19— hacen copias de sí mismos en un proceso conocido como «replicación viral». En este paso aparecen frecuentemente pequeños cambios (denominados mutaciones) y la transformación en una variante del virus original. Es como si se fotocopiara un documento donde invariablemente la copia va a tener al menos un elemento, aunque diminuto, que lo hace diferente del original.

Comparado con el virus original, a veces una nueva variante viral puede conseguir adaptarse mejor a su medio. Este proceso de modificación y selección de variantes mejor adaptadas es denominado «evolución vírica».

Algunas de estas evoluciones se tornan en cambios en las cualidades víricas, como en la transmisión (propagarse más fácilmente) o provocar afecciones más graves.

A tenor con lo planteado, podría pensarse en la siguiente lógica: «Mientras más circula un virus, más este se replica y es más susceptible de mutar».

Algunos virus mutan rápidamente mientras otros lo hacen más despacio. El SARS-CoV-2, por ejemplo, muta más lentamente que el virus causante del síndrome de inmunodeficiencia humana (VIH) o los virus de la gripe.

Con el paso del tiempo —a un año ya de la actual pandemia—, y con el aumento creciente de casos en el mundo, sobre todo en algunas regiones del orbe, era de esperar que el SARS-CoV-2 cambiara. Hasta la fecha se han reconocido cientos de variantes del virus que han sido estudiadas por una Red mundial de expertos que colaboran con la Organización Mundial de la Salud (OMS).

VUI-202012/01

A mediados de diciembre de 2020 el Secretario de Salud del Reino Unido, Matt Hancock, anunció la identificación de una nueva cepa del SARS-CoV-2. El experto aseguraba que esta nueva variante podía estar acoplada al comportamiento anormal de la COVID-19 en esa nación, luego de revelarse una mayor propagación del coronavirus en determinadas zonas, sobre todo en el sureste del país.

La nueva cepa fue denominada como VUI-202012/01, que significa «la primera variante en investigación en diciembre de 2020» (del inglés Variant Under Investigation; year 2020, month 12, variant 01).

Hasta ese momento, el SARS-CoV-2 había mostrado mutaciones distintivas: solo expresaba una o dos variaciones por mes.

De estas variaciones solo una minoría ha hecho que los investigadores se hayan detenido a examinarlas con mayor profundidad con el fin de descubrir si estas hacen que el virus se torne más transmisible o más efectivo en eludir a un sistema inmunológico competente.

Pero la nueva cepa británica no mostraba una única modificación. El virus expresó ¡17 mutaciones simultáneas!, las cuales afectan a cuatro proteínas virales: la proteína espiga, ORF1ab, Orf8 y N.

Si bien la gran cantidad de mutaciones en una variante puede ser sumamente preocupante, lo que quizá sea más temible es la posibilidad de que tales mutaciones logren conducir a la llamada evolución vírica. Una de estas mutaciones —la N501Y— es la que pudiera asociarse —en teoría— a una mayor transmisibilidad del SARS-CoV-2.

Muchas han sido las conjeturas que se han postulado como razones del surgimiento de esta nueva cepa. Una de las más plausibles, según los investigadores, ha sido la que plantea que la variante es consecuencia de cambios acaecidos en un solo paciente, probablemente inmunodeprimido, y de larga evolución clínica.

Estas condiciones habrían hecho que el virus estuviera dentro de ese paciente durante muchas semanas, acumulando sucesivas mutaciones en un entorno de un tratamiento infructífero y de una ineficaz respuesta inmunitaria.

Poco tiempo después del reporte de la cepa VUI-202012/01, aparecieron en otras partes del mundo los reportes de su presencia en naciones como Francia, España, Dinamarca, Italia, Países Bajos, Japón y Australia.

Pero hay más: después de la aparición de la cepa británica se identificaron en el mundo, y en poco tiempo, otros dos virus mutados que se suman al levantamiento de las alarmas. En esta oportunidad surgida en Sudáfrica y Brasil.

En estas tres naciones existe un elemento condicionante trascendental, convertido en denominador común: el elevado número de casos existentes. Ese es un hecho básico para la aparición de nuevas variantes del SARS-CoV-2, y una prueba más de lo nocivo que hubiera sido haber adoptado una estrategia de «inmunidad de rebaño».

Aunque hasta el presente esas tres cepas no parecen ser más letales o provocar manifestaciones clínicas diferentes, sí parece que poseen —al menos la británica— la capacidad de ser más infectantes o transmisibles. Según los científicos, tampoco parecen comprometer —por el momento— el desarrollo de las vacunas que se investigan actualmente en el mundo.

No obstante, para llegar a conclusiones definitorias habría que esperar por los resultados de investigaciones que están en curso.

Lo indudable es que, hasta el presente, la mejor manera de evitar personas enfermas, muertes y la consiguiente aparición de un «virus mutante», sigue siendo esa ineludible disciplina en el cumplimiento de las precauciones para protegerse uno mismo y también a los demás.

Bibliografía consultada:

febrero 01/ 2021 (Cubadebate)